Terminé de leer Moby Dick hace poco. Me gustó mucho. Pero hay una cosa curiosa, aunque supongo que para otras personas evidente. Leyendo este libro me di cuenta de que hay formas distintas de leer narraciones. Moby Dick hay que leerlo despacio. Sé que suena trillado pero, al leerlo, hay que detenerse, y saborear las oraciones. Y no es sólo eso.
Empecé a leer el libro sabiendo de antemano algo de la trama general (Ahab persiguiendo al leviatán). Me sorprendió encontrarme, no sólo con la narración de acción de los periplos del capitán y su tripulación (que es escasa en el libro, aunque eso no es una queja), sino con la narración que aborda muchos de los aspectos --que podríamos llamar cotidianos-- de la caza de ballenas en esa época. Esa atención al detalle y belleza de lo cotidiano, la dedicación, y el placer que el narrador encuentra en presentárnosla, fue lo que más me gustó del libro. Y no lo habría apreciado de no haber notado que el libro está escrito con un ritmo diferente. Que requiere que me detenga, y escuche.
Y es difícil, porque me parece que la diferencia de ritmos no se debe (solamente) a mi menguada capacidad de concentración, sino a la velocidad que llevamos en la época actual. A la forma en que he(mos) aprendido a consumir información.
Leerlo fue, además de todo, un ejercicio útil, y muy agradable.
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Ah, casi se me olvida. Herman Melville entiende el predicamento de los programadores. Y de los usuarios de computadores, en general:
..., pero todas las cosas que más exasperan y ofenden al hombre, todas esas cosas son incorpóreas, ...